jueves, 27 de julio de 2017

La imagen construida y la imagen efectiva

Javier Acosta Romero

Son dos cosas; la imagen construida es un diseño icónico con resonancias culturales; si el espectador hace su parte, identifica estas imágenes sin que por ello logren un efecto ya que la imagen se muestra como un apoyo al discurso que se emite en la escena: ideas, opiniones, posturas, reflexiones. Uno pensaría que en la obra Mi Fausto, eso iba a ocurrir, que estaríamos al pendiente de lo que se dice en la escena, especialmente las verbalizaciones del personaje Fausto. Y dos: la imagen efectiva es aquella que, por encima del discurso emitido por la escena, le dice algo al espectador si este decide quedarse solamente con la situación dada por los caracteres y los elementos espectaculares como la escenografía y la iluminación (es decir, con el ambiente); el espectador permite esta percepción de la misma manera en que operan los anuncios comerciales cuando nos vulneramos (nos relajamos, nos concentramos) frente a la escena y su espectacularidad (sonoridad del discurso, belleza de los actores caracterizados, escenarios naturales, rituales o abstractos), es en esas condiciones que descubrimos imágenes efectivas en Mi Fausto, imágenes eróticas; nos llenamos de estas confiados en la naturaleza profunda del arte (algo que no tiene por qué ser explicado o entendido en este momento); Mi Fausto, es un objeto abstraído de la política mexicana, es como un paraíso revelado, reduccionista de la existencia, donde es fácil concebir la vida-bella, sin la realidad circundante al edificio teatral del Foro Sor Juana Inés de la Cruz, de la UNAM, ¡¡MÉXICO!!, año 2017.
            En Mi Fausto, todo el tiempo estamos escuchando un discurso sobre el que se puede sacar en claro no solamente una idea rectora sino varias ideas, opiniones, puntos de vista, ironías, contrastes que acompañan a la escena, pero la escena, al estar por encima del discurso se vuelve una productora de imágenes con gran poder de seducción. En la puesta en escena Mi Fausto, la presencia de imágenes efectivas lo son por el sonido del discurso –el sonido, su emisión sonora en escena– la cual le da sustancia a la situación en que los actores-personajes se relacionan; y de otra manera no podía ser ya que el discurso lo emiten caracteres alegóricos que por ende no tienen complejidad psicológica, son extremadamente sencillos en su actuar, demasiado fieles a sí mismos; para notar esto tenemos que el carácter más vistoso es... la belleza; otro, el intelecto; otro más sirve para cerrar un triángulo amoroso: el joven aprendiz o el joven discípulo y, para darle ambiente, el erotismo, o sea, el Diablo junto con dos siervos erotómanos igual de alegóricos.
            El discurso no es el fuerte de esta obra, lo son sus recursos espectaculares que ponen en condición sensible los sentidos del espectador, lo cual destaca la labor del director Sergio Cataño, y de sus colaboradores, en particular de quien diseñó la escenografía y LA ILUMINACIÓN, Patricia Gutierrez Arriaga, y quienes caracterizaron a los actores (vestuario de Libertad Mardel, maquillaje de Marisela Estrada, Ruby Tagle en el diseño de movimiento ), además del ambiente sonoro y música original de Juan Mario Oronóz.
            Construir imágenes efectivas no es cosa sencilla, pero Sergio Cataño junto con sus colaboradores lo lograron sobrado, y si bien es un espectáculo al que le cuesta trabajo tanto iniciar como finalizar, así como definir la convención en cuanto a la función semiótica de la zona del escenario que contiene arena, acomete con acierto el mantener en un nivel bajo las caracterizaciones de los personajes ya que la situación es demasiado sencilla: un triángulo amoroso demasiado evidente y forzado a mantenerse como tal, lo cual potencia el valor de ‘la virtud’ como el gran ideal de nuestra época que es de total desasosiego cultural, un sentimiento que quizás se parece en algo a lo que el propio autor original de Mi Fausto, Paul Valéry, vivió en la época de entreguerras del siglo pasado.
usygly@gmail.com
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Ficha: Mi Fausto, teatro “Foro Sor Juana Inés de la Cruz”, original de Paul Valéry; Sergio Cataño dirección, Patricia Gutiérrez Arriaga escenografía e iluminación, Juan Mario Oronóz música original y ambiente sonoro, Libertad Mardel diseño de vestuario, Marisela Estrada diseño de maquillaje y peluquería, Ruby Tagle diseño de movimiento; Elenco: José Angel García, Ana Bertha Espín, Ana Cervantes, Penny Pacheco, Ruby Tagle. Producción Ejecutiva UNAM, México, 2017

domingo, 16 de julio de 2017

Por qué no existen las muertes cómicas

Javier Acosta Romero

En una de las funciones de cierre de temporada de la (a)puesta El convivio del difunto, estuve reflexionando algunas cosas mientras transcurrían las humildes situaciones de carácter digestivo, lo que no demerita sino que, caracteriza, la intención de la puesta en escena dirigida por Martín Zapata. Se vale que la gente pase un momento a gusto, sin exigencias ontológicas, acotado solamente por la reputación institucional que cobija a esta obra: la Compañía Nacional de Teatro, lo cual puede explicar que el acceso haya sido gratuito.
            Aquí entonces las reflexiones metaescénicas, claro, más meditadas y ampliadas con los días:
            a) ¿Cómo es posible que las bancas de este teatro (Sala Héctor Mendoza) sean tan incómodas? Aunque también son incómodas las butacas más baratas en los cines... Y El convivio del difunto fue gratuita. La incomodidad, por tanto, debe ser intencional; la gratuidad y las butacas baratas no dan derecho a dormitar ni menos a roncar o estirar las piernas... Igualmente, la incomodidad nos enfoca de modo poderoso, concentra nuestra atención; podemos estar al tanto de lo que ocurre en el escenario porque lo otro que nos ocupa es algo que ocurre ahí mismo: la incomodidad de las bancas... Nuestros sensores parten de la incomodidad para reconocer la comodidad –la modesta estética espectacular– del escenario, donde estamos dispuestos a salir hasta terminada la obra. Concentrados en esa dualidad nos quedamos con lo más evidente de la escena... las caracterizaciones... el d i s c u r s o , quizás... no así la situación que, de ser un planteamiento interesante, se desdibuja a media obra y se improvisa al final... Claro, los espectadores estamos tan incómodos que, efectivamente, al estar pendientes de nuestro trasero dolorido la escena resulta placentera...
            b) La sala es tan pequeña que, si alguien de entre los asistentes hubiera expelido una flatulencia, el resto del público seguro se ofendía, no así los actores... que necesitaban algo vivo para darle intensidad y sabia a sus ejecuciones. Sí, los espectadores sufrimos con las bancas donde nos ubican pero también inferimos el sufrimiento actoral en la escena, donde se emitía un discurso por demás banal, políticamente correcto, a partir de un planteamiento interesante... Pero sólo en el planteamiento, porque la realización prometía, al inicio, un potente material metafísico digno del Siglo de Oro español: un muerto que sigue haciendo uso de su cuerpo como si estuviera vivo; es fársico, sin duda, magnífico, monstruoso; pero da el caso que la historia, llegada a un punto en que se niega a sí misma (yo digo que no supo el autor qué hacer, fue evidente que el material lo rebasó y, antes de que se le saliera de las manos, le echó unos polvos de realismo y), ¡pum!, aterriza en la zona del desengaño, donde el valor de la prehistoria (que ignoraban varios personajes y nosotros) tiene la fuerza de cambiar el curso de la acción. La lluvia moralina se convirtió en diluvio cuando confirmamos el engaño del protagonista con respecto a su condición de muerto, una chistosada en la que se nota que los actores se la pasan a gusto, cosa que inclinaba a los espectadores a dirigir el pulgar hacia abajo en señal de ejecución (sin que la escena lo notara, claro, así nos las gastamos también para procurar nuestro bienestar). El giro convierte a la obra en melodrama y al final, la felicidad se ve perturbada por una muerte más que intempestiva, violenta, porque el destino –que por ser una obra de teatro es de carácter humano–, ejecuta al protagonista sin decir 'agua va'. De terror, pero la sala se olvidó de los pulgares.
            c) Un buen final siempre va a salvar una mala obra. Fue tan impresionante la manera en que el protagonista muere que, todo lo anterior, se olvida. Con esfuerzo uno recuerda que a la primera escena le seguía otra aún más aburrida, unos relámpagos nos despertaban, unas actuaciones nos alertaban jocosamente pero, la muerte, esa nos despertó del todo, no sólo por la certeza de que ya no habría más obra sino porque el ejercicio profesional del actor Arturo Beristain nos puso los pelos de punta: ¡paro cardiaco fulminante...! Todo el aburrimiento lisonjero se olvidó y el presente del cadáver fresco llenó nuestros ojos y nuestro porvenir... Qué gran final, me dije. Esta obra la tiene que ver más gente, eso pensé en ese momento.
            d) Los efectos medidos pertenecen al teatro más tradicional y comercial, y El convivio del difunto juega con ese miedo que hoy en día es de lo más popular, que es el temor a perder la vida intempestivamente; la mímesis con el ambiente terrorista, de inseguridad y de fatalidad que aturde a nuestra época se hace presente en un instante donde los espectadores estábamos nulamente exigidos por la escena. El golpe emocional que recibimos fue tremendo.
            e) Un vacío temático siempre se disimula con un buen trabajo protagonista, como en los partidos de futbol donde termina el encuentro empatado a ceros pero que, gracias a la actuación de algún jugador, más la cerveza, el tiempo transcurrido valió la pena. El salvador en este caso (sin cerveza, un mayor mérito) fue el actor Arturo Beristain (APLAUSOS, APLAUSOS Y MÁS APLAUSOS), se mantiene en forma, sin duda.
usygly@gmail.com
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Ficha: El convivio del difunto, Teatro “Sala Héctor Mendoza”, Martín Zapata dramaturgia y dirección, Enrique Singer director artístico, Alejandro Luna escenografía e iluminación, Jerildy Bosch diseño de vestuario, Maricela Estrada diseño de maquillaje y peinados, Reparto: Arturo Beristain, Mariana Giménez, Juan Carlos Remolina, Astrid Romo, Gastón Melo, Diana Fidelia. Compañía Nacional de Teatro - Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2017

domingo, 11 de junio de 2017

"Octubre en primavera" - Texto Renegado # 1**

                                                                                                        Javier Acosta Romero
                                                                                                               usygly@gmail.com

No creo en fantasmas. No en los fantasmas de afuera. Pueden seguir platicando lo que quieran sobre aparecidos y desaparecidos y que si el diablo y que si dios y sus ángeles. No creo en eso. El de allá hasta se atreve a hablar de nomos, ¡qué barbaro!
            –¿Y tú, Efraín? ¿Viste fantasmas?
            –¿A poco ya se les agotaron sus historias?
            Con lentitud dijeron que sí; movían la cabeza de un lado a otro, la boca abierta y sonriente; era su esfuerzo por aparentar que no tenemos miedo a pesar de que aquí mismo se siente algo que puede ser un fantasma, aunque en fantasmas no crea.
            –En qué crees entonces, pinche Efra.
            –En lo que he vivido. No me ando con mamadas.
            Esperaba que se rieran, pero no. Al contrario, congelaron su gesto. Quizá ya estamos demasiado empapados con las historias de todos, y que al final son una sola. Pero nadie quiere olvidar. O no podemos.
            –¡Ya, cabrón, cuenta tu historia! –me insisten.
            Por algún lado debo empezar. La yerba crece entre nosotros, son evidentes los retoños que brotaron con las últimas lluvias. Empecé:
–El simple olor a pasto me traslada a cuando era niño y visitamos la Plaza de las Tres Culturas; ahí mi papá nos dice que asesinaron a mucha gente. “Muchos jóvenes... como ese”. Y señaló a chavos, como varios de nosotros, ahora. Especialmente me le quedé viendo a uno, quizá por su greña larga, quizá por su enorme sonrisa o por la forma en que miraba a la chava con quien se reía. En eso, el mismo chavo siente la mirada infantil y a lo lejos me ve y me saluda, levanta una de sus manos. No lo hubiera hecho. Entre que mi papá nos habla y que el chavo es como todos los que mataron, pues clarito vi cómo se dobló, cómo intentó de nuevo ponerse derechito y se dobló otra vez. El niño que yo era no alcanzaba a entender esa agresión, pero estoy seguro que mi papá no me soltó cuando corrió a ayudar al greñaslargas... tirado de una manera rota, desordenada: Le salía sangre por unos agujeros enegrecidos mientras sus manos y sus pies señalaban hacia diferentes partes. Su chava, sacadísima de onda, no sabía si escaparse o llorar. Nadie hizo más, nos acomodamos para verlo morir y, para que él también nos sintiera morir, porque el ejército cargó con todos. En un instante todos agachados, en otro enmudecidos, con la temperatura del suelo tan caliente como la sangre derramada De quién podía ser sino de todos, devorados por las máquinas que siempre estuvieron ahí. Nos arrojaron con facilidad en diferentes camiones, llenos de otros muchos muertos.
            “Tan fácil que ese mismo día nos tiraron en fosas, zanjas enormes, escondidas a orillas de la ciudad, todavía pequeña para el naciente mes de octubre de 1968.
            “Quién sabe dónde quedó mi papá, pero aprendí a no extrañarlo. Y ustedes, cabrones, me sorprende que sigan lelos esta historia, como si nunca la hubieran escuchado.”

(***) Este texto ya no encontró cabida en el libro de cuentos La Tarde, los mejores están en ese libro, éste solamente es una probadita que, de gustarles, seguro estarán dispuestos a entrarle con buen diente (exigente diente) al banquete que es el libro. Saludos a todos y felices días!!! Chequen el enlace: