domingo, 20 de febrero de 2022

POR LOS RINCONES

Javier Acosta Romero

usygly@gmail.com


  1. Las muertas (1977). De Jorge Ibargüengoitia.

A estas alturas es una lectura de digestión rápida, rebasada por los materiales documentales que se pueden conseguir en internet para contextualizar históricamente el asunto  de las Poquianchis.

La recreación de Jorge Ibargüengoitia es hasta cierto punto ingenua, al hacer de la atracción física una fuerza fundamental, detonante de situaciones criminales que se dan en la novela por mera ignorancia. Ibargüengoitia no le entra al trabajo fuerte de recrear los pormenores de mentes asesinas, al contrario, destaca la humanidad ingenua de los "inocentes" criminales, algo puramente circunstancial, naturalista. De todas maneras la lectura se evade como el agua y se deshoja con velocidad hasta convertirse la diégesis en un mero listado de apuntes de corte periodístico que alejan el material literario hasta eliminarlo del panorama lector.

–¿Debemos leerlo?

–¿Por qué no?

***Edición consultada: Gandhi ediciones, 2017


  1. El lugar donde crece la hierba (1959).  De Luisa Josefina Hernández Lavalle.

Capítulo 13. Creo que leer esta novela tiene como propósito principal llegar al capítulo trece. Luego, en el 14, ya no hay manera de evitar la realidad, se llena de grietas el imaginario del personaje principal y con ello deja de ser un ser extraordinario. Y creo que no podía ser de otra manera. Además, como se trata de un encierro domiciliario autoimpuesto, tiene varios ecos con nuestra época, sobre ese estar recorriendo un mismo espacio todos los días y tanto tiempo que, con sensibilidad, puede dejar de ser ordinario porque empezamos a percibir todo un universo apacible, donde abundan las sorpresas (Si se es sensible; caro papel de la literatura). Es placentero palpar el movimiento con que la protagonista, casada con un hombre más jóven, golpea en la espina dorsal del dueño de la casa donde la ocultan para evitar que la policía la atrape. La protagonista es simplemente una ninfa que obliga al casero a desprenderse de su propia piel para dejar a la luz lo que de otra manera no podía llegar a su vida: la belleza, la genialidad, la locura deliciosa  de aquel ser femenino al que siempre se resiste.

Lástima (y no) que el despilfarro de belleza tenga un límite y veamos cómo el mismo personaje que fue nuestra adoración se vulgariza hasta el punto que al final deja de importarnos lo que le vaya a ocurrir en la cárcel ¡Que la refundan! 

Regularmente los novelistas nos enamoran de un personaje, lo disfrutamos, lo sufrimos y nos atormentamos con su muerte, muy complacientes la mayoría. En ésta novela, en cambio, al final podemos echar a la basura la novela, traicionados por el desenfado con que la supuesta ninfa nos quita la venda de los ojos. No sé quién lo puede disfrutar pero es maligna esta propuesta, provoca el desencanto. La literatura puede dar siempre a manos llenas (como es el caso), pero así como da, arrebata; es lo que ocurre en esta novela que es magnífica por lo mismo: Inteligente y bella (con estilo) pero traidora a partir del capítulo 14, donde la realidad se vislumbra hasta imponerse con su crudeza indómita en los últimos capítulos (Son 20 en total).

Hay que leerla, aunque al final duela en serio. Bendito efecto de aniquilación.

***Edición consultada: UNAM, 2019

  1. Flush (1931). De Virginia Woolf.

Es un texto intencionadamente agradable, presentado con seriedad y pompa intelectual por Virginia Woolf (al menos en el tono), que se la pasa elaborando reseñas, comentarios y variaciones narrativas sobre situaciones y aspectos biográficos a partir de documentos de la poeta Elizabeth Barret Browning, allegados y época; poeta a la cual no hubiera conocido si la Woolf no hubiera realizado la biografía literaria (un texto travieso, todo un gusto personal) del perro cocker spaniel de la que Barret fue dueña, amiga y centro vital, lo que deja en ruinas una época flush, un acontecer flush en la vida de la poeta y en la vida de las tierras europeas que el canino olisqueó y orinó, convertido en un ser excepcional por las construcciones de la Woolf. Talento literario que se impone lúdico y ambicioso para que no decaiga la sustancia del texto ni siquiera cuando llegamos al punto final. Nos descubre con descaro recursos literarios para  mantener en la sustancia artística un asunto banal, como lo es la vida de un perro. Pero se lee porque se tiene también amor por estos animales (Incluso yo tuve un cocker spaniel que fue todo un infante hasta que se llenó de bacterias carnívoras por la estupidez de muchos que desestimamos su aparente buen estado de salud). Toda mascota querida merece un monumento literario como el formulado por la Woolf, porque es innegable que cuando se adora a una mascota es porque recibimos mucho de esta, hasta agotarla y volverla un adorno viejo que se detiene en el tiempo con nostalgia. Insaciables como somos.

–Debes leerla, criatura.

–Pero ni a perico llego.

–No lo dudes. Te harás de un perico luego que termines Flush.

***Edición consultada: Textofilia ediciones, 2013

Por los rincones 01 (Fragmento) Javier Acosta. 2022