martes, 8 de mayo de 2018

SONETO XVIII: LOPE DE VEGA

LA POESÍA
Javier Acosta Romero
usygly@gmail.com
 

De las Rimas sacras, de Lope de Vega, extraigo el soneto XVIII:[1]

            ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
            ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
            que a mi puerta cubierto de rocío
            pasas las noches del invierno oscuras?
           
            ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras
            pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
            si de mi gratitud el hielo frío
            secó las llagas de tus plantas puras!
           
            ¡Cuántas veces el ángel me decía:
            «Alma, asómate agota a la ventana;
            verás con cuánto amor llamar porfía»!
           
            Y ¡cuántas, hermosura soberana,
            «mañana le abriremos», respondía,
            para lo mismo responder mañana!

Más detalles contextuales, culteranos, los dejo en el enlace a San Agustín en la literatura religiosa de Lope, del investigador Hugo Lezcano Tosca.[2] A mí, en particular, lo que me interesa es empezar a hablar de poesía, y lo haré con el material de Lope de Vega, que logra encender en mí la sensación de poesía, de obra de arte aunque, ¿en qué me baso para asegurarlo?
            Sin duda, los versos de Lope permiten reconocer la experiencia que transmite lo que se conoce como sujeto lírico: es decir, el carácter (por no decir personaje) que convencionalmente parece expresar los versos (eso sí, quién sabe si en voz alta o en soliloquio), pero el soneto de Lope (como el de cualquier buen poema) contiene un personaje (un carácter) que está experimentando un momento intenso en su vida. En el caso del soneto XVIII, el sujeto lírico (SL) parece sentir miedo, temor, por causa de una presencia divina, en un momento por demás inesperado. Incluso, este quiebre o debilidad demuestra que el SL, al no atinar a disculparse sino a señalar él mismo lo que considera un error, evidencia que ignoraba que la divinidad estuviera (en serio) afuera de su casa, esperando a que él (el SL) le abriera.
            Un buen poema (desde mi punto de vista) retrata siempre los momentos más comunes de la vida, los más visitados o hasta los más monótonos, como lo es el no enterarnos o no querernos enterar de quién anda afuera de la casa (sin causar problemas) porque tenemos cosas que consideramos de mayor atención; por eso es de notarse la reacción tän humana del SL de Lope en su soneto XVIII: humano y nervioso. Ni siquiera sabe cómo dirigirse a la divinidad, que no es cualquiera sino Dios, porque si es Dios a quien se dirige, y no dios (con minúscula), entonces reconoce estar frente al Jefe de jefes... ¿Por qué empezar por los hierros que Dios ya conoce, pues los vivió todos los días que estuvo en la puerta del SL como si fuera invisible o un simple indigente pacífico? Y sin embargo, esa fue la reacción del SL, los versos poseen el suficiente material para hacer posible la imagen de tal situación (que es otro punto a favor de un buen poema: hacer evidente la imagen de la situación que vive al límite el SL). Al hablarle a Dios, el SL parece no saber dónde meter la cabeza, completamente asombrado por la revelación de la que sólo atina a aceptar su error, a decirse equivocado, a reconocer que mantuvo congelado el cuerpo de Jesús, como si hubiera sido el de cualquier otra persona. Así que ese Jesús tuvo que poner un alto a la situación, a la ignorancia o desinterés del SL y para ello... tuvo que presentarse como es: un dios, una divinidad. Y tuvo que decirle “deja de negarme, mírame, soy Jesús, ¡Dios encarnado!, he estado afuera de tu casa esperando que me abras, pero como no lo has hecho he decidido entrar por mí mismo, esperando que me reconozcas... Y lo has hecho; ¿por qué diantres no me reconociste antes?” Y la respuesta del SL... no se da porque no supo qué responder ante el asombro de estar frente a la presencia de DIOS en la sala de su casa.
            La situación entonces es más rica, Dios tuvo que perder la paciencia para que el otro lo reconociera; esto es, un buen poema siempre pone en juego dos elementos “dramáticos”, uno es el SL y el otro puede ser una divinidad, otro personaje, la naturaleza, una idea, una sociedad, un recuerdo... o cualquier otra cosa que ponga en contacto al SL con su entorno o ambiente, lo que vuelve creíble la situación que sugieren los versos. En el caso del soneto XVIII, el otro, Dios, tuvo que realizar el acto físico de abrir él mismo la puerta y presentarse él mismo en su grandiosidad para que el SL no dudara del calibre de aquella entidad superior. Qué suerte entonces la de este personaje (SL) de estar en contacto con Dios sin que éste perdiera su benevolencia ya que no se nota (o interpreta) que el SL haya recibido algún castigo o algún mal, solamente recibió el esplendor y la voz de Dios.
            Claro, ponernos en esa situación es una exigencia del poema (y de cualquier objeto literario: ponernos en situación, ser compasivos con la propuesta literaria). Y no se necesita ser católicos, agnósticos o voluptuoso, el soneto XVIII exige del lector notar (y quizás sentir) la benevolencia de Dios si éste existiera. Algo ideal para cualquier torcido moral, en una época como la nuestra (a principios del siglo XXI), donde el mundo que habitamos es un mundo sin reglas.

Imagen  de Wikipedia (2022)





[1]     http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/rimas-sacras--0/html/ffe59452-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html
[2]     https://cvc.cervantes.es/literatura/criticon/PDF/107/107_137.pdf