viernes, 25 de septiembre de 2009

JUGAR A MORIR

Como parte del proyecto cultural del IMSS, se está presentando -los lunes y martes a las 8:00 PM- en el teatro Julio Prieto, un espectáculo que combina la multimedia con el teatro dramático, Jugar a morir: Pizarnik en el País de las maravillas; es decir, en este espectáculo hay un texto dramático de fondo que, al emitirlo en escena se apoya en recursos multimedia, haciendo de esto un evento singular a cargo del director Gabriel Figueroa Pacheco, quien no da su brazo a torcer y le apuesta al uso de la multimedia para darle una espectacularidad digital a un texto bien organizado por Zaría Abreu (dramaturga).

Sin embargo, a quienes no estamos tan acostumbrados a este tipo de espectáculos: proyecciones de computadora sobre los laterales y sobre el fondo de la ¿escenografía?, nos encontramos aquí con la versatilidad que se puede lograr en el movimiento de las imágenes: explosiones, video, manipulación de imágenes fijas, traslaciones animadas, imágenes grotescas, expresiones irónicas, fondos móviles minimalistas, etc., donde el actor dramatiza con puertas digitales enormes haciendo de Jugar a morir un discurso en el que se notan separados el texto y los recursos multimedia; aunque en algunas excelentes ocasiones su combinación o su soliloquio (solamente multimedia; solamente dramatización) logran fijarse en el espectador.

También debería decir que a lo largo del espectáculo el espectador se acostumbra a estos cambios bruscos del discurso, pero en realidad tantos cambios lo vuelven cansado, nos alejan del texto y alejados es más fácil fijarnos en las particularidades: la tela del vestuario, el maquillaje, el trazo escénico, las medidas corporales de las actrices (Micaela Gramajo, Frida Islas, Florencia Sandoval y Tony Marcín (sic) y del actor Arnoldo Picazzo; también nos da tiempo de pensar en el concepto de la puesta sin llegar a algo concreto (o quizá sí: la sensación de observar un revoltijo de discursos y elementos que al final agotan al espectador). Pero si particularizamos, el espectáculo se salva. No importa cómo sea el personaje que representan y sus alucinaciones (personaje basado en la biografía de la poeta argentina Alejandra Pizarnik), importan más los puntos altos del espectáculo, cuando el texto dramatizado (sin multimedia pero con iluminación) se fijan en el espectador; intensos instantes de emoción: la poeta batallando con sus alucinaciones; la poeta amando indirectamente a su psiquiatra, sin reconocerlo; el psiquiatra batallando con sus propios sentimientos de deseo por esa loca; la fantasía burlesca de las horas del té, los diferentes simulacros de suicidio de la poeta; la enorme soledad del personaje, su descaro sexual que inquietó a varias y varios espectadores; el uso de un paraguas rojo, el uso de una máscara de conejo pero hasta ahí... El resto es cansado, como espectadores recibimos demasiado en esa relación escena-sala, que termina saturándonos por la multimedia y por los cambios de actrices sobre el mismo personaje.

Lo que podría decirle a estos enjundiosos creadores (algunos de ellos becados, que es algo que hoy en día no significa nada) es que aún están experimentando con lo que ellos mismos llaman “transdisciplinario”, término que le queda mejor a las artes plásticas pero no al arte teatral que lo ha hecho todo el tiempo. Lo que no se puede negar en esta experimentación es que también se debe lograr algo concreto con el uso de la multimedia; al menos, no dudaría que un uso moderado de este recurso obligaría a que la puesta dramática se viera más y se siguiera en mejores condiciones para el espectador. Cabría incluso la pregunta: realmente, como espectáculo, ¿qué movimiento emocional-intelectual se le ofrece al espectador? Si la respuesta es un movimiento didáctico, no aprendí nada, no me interesa esa reconocida poeta argentina. Si la respuesta es pasar un buen rato, no es cierto, la biografía inhibe el ejercicio de emociones del espectador pues estamos ahí enterándonos de posibles privacidades de un ser humano que sí existió y que ahora se le balconea con la famosa licencia poética. Pero si la respuesta es una reflexión existencial (percepción de la realidad, filosofía existencial, relaciones humanas trascendentes), se deberían entonces olvidar de la biografía y concentrar sus esfuerzos en un personaje a modo para hilar con delicadeza las mejores escenas de la obra, seguro encontrarían un equilibrio entre la multimedia y la puesta en escena, lograrían un buen espectáculo: concentrado, coherente y maravilloso.

PD 1. Volviendo a la realidad, sabemos que el teatro mexicano no da para realizar este tipo de cambios. Incluso, uno se acostumbra a ver espectáculos armados pero no logrados, no acabados, con lo cual el profesionalismo y la tradición se extinguen, se vuelven inexistentes, se olvidan con rapidez.

PD 2. Políticamente, este programa del IMSS (un programa federal) de acercar lo mejor del teatro mexicano a la población es detestable, pues se les olvida agregar que el teatro que presentan se da en una crisis económica brutal, donde los creadores hacen lo que pueden desde la pobreza, lo cual debería ser una vergüenza para las mismas instituciones que apuestan a la sobrevivencia del teatro pero no a engrandecer el arte teatral. ¿O los mexicanos no merecemos un gran teatro artístico-popular?

PD 3. Debo responderme: “Nos conformamos con lo que se hace desde las televisoras”.

PD 4. Por cierto, el espectáculo (o lo que sea) de Jugar a morir cuesta 30 pesos el boleto.