domingo, 21 de enero de 2018

La novela como idea



Javier Acosta Romero



Por sus proporciones toda novela también es un ensayo. Pienso, por ejemplo, en Papá Goriot (1834-35) de Balzac, que por el título, algunos intentan encuadrarla dentro de la historia del personaje Goriot y sus, físicamente, esplendorosas hijas. Sin embargo, al atender otros elementos propios de la diégesis, nos topamos con la constante presencia y constantes contriciones (no por ello evolución) del personaje joven y hermoso, Eugène Rastignac. Igualmente, pero de modo más tajante, el resto son caracteres contenidos por Balzac antes de entrar en crisis existenciales verdaderas, como en el caso de la señora de Beausánt, que ante el casamiento de su amante, mantiene su imagen de gran señora y decide emigrar, alejarse de las habladurías y señalamientos de París, siendo todo el tiempo la misma mujer que sufre por la traición del amante; un cambio probable era que buscara la revancha, humillar al amante (porque lo podía hacer y el marqués de Ajuda se lo merecía) pero Balzac decide simplemente alejarla. Es decir, todos los caracteres tienen una noción muy clara de cuál es su papel en el mundo narrado, que a final de cuentas es un mundo correcto, un pariscentrismo a modo para la inserción y éxito social del joven provinciano Eugène, quien efectivamente se curte en la ciudad con la consciencia del exceso y el derroche, contrarios a los conservadores deberes familiares y sociales; el empuje que muestra al principio de la novela, al final lo luce con el agregado de la experiencia, sin por ello tomar una actitud distinta o distante. Al final sabemos que Eugène va a regresar a cenar con una de las hijas de Goriot, por más despreciable que ésta sea. No tiene ojos para observarse como un parisino más, la única vez que lo hace es frente a un espejo y solamente para confirmar que cumple físicamente con lo requerido. Y esto porque Balzac se asegura de que las cosas sean como las planeó, ya que en el fondo hay una idea que sostiene: en París se da la obediencia, la lucha y la rebeldía, y el mismo Balzac los menciona en el último capítulo, cuando el narrador dice que Eugène piensa que la obediencia es aburrida, la rebeldía es imposible y la lucha es incierta. Por supuesto, no es un discurso para tomarse en serio [ojo los que ven en esta novela el precedente del materialismo marxista], pero es un discurso al fin, y bien estructurado (ensayado) porque lo demuestra a partir de los personajes; solamente el lector tiene que inferir esta propuesta (o tesis) y así dará con que la obediencia la detentan al menos dos personajes: Victorine Taillefer (cuya obediencia se ve recompensada en el tercer capítulo) y la señora de Beausánt, que al obedecer la etiqueta social evita el quebrantamiento de su prestigio. En cuanto a la rebeldía, el mismo narrador menciona a Vautrin, para que no haya dudas, que es un hampón con prestigio y, por lo mismo, nadie más es rebelde si conservamos el discurso de la novela. Por último, la lucha: en la que entra la mayoría de los personajes, solamente motivados por el dinero o por el deseo amoroso (como se entienda este, porque también es sexual pero a la vez es prestigio social); siendo un determinante fundamental el poseer dinero ya sea para ir de fiesta, para apostar, para contratar un servicio funerario o para mantener a un amante. Peculiarmente, en los tres rasgos sociales propuestos, Eugène encaja, incluso en el aspecto rebelde –un momentito– ya que las veces que es tentado por Vautrin, cede solamente al de seducir con éxito a la muchachita Victorine Taillefer mientras el hampón se encarga de mandar a matar al hermano de ésta para que sea la única heredera de una gran fortuna; pero el joven no pasa de la seducción, ni siquiera formaliza, siempre es un chico obediente que se resiste a la tentación sin negarla.

            Abordar Papá Goriot desde la idea que plantea el autor (vía narrador-personaje) nos evita indigestarnos con concebir la unidad de la historia como el eje narrativo; son muchas situaciones las que plantea y ninguna es dominante. Pero la idea sí lo es. Una idea muy sencilla y por lo mismo reconocible para quienes habitan cualquier urbe en cualquier época: la constante entre el éxito o el fracaso social, sin puntos medios (sin clase media, media baja, baja o medio burguesa). Éxito o fracaso, que dramáticamente implica RIESGO para evitar uno y lograr el otro. El riego social atrapa el interés del lector que, para nuestra época, ya no es tan fácil que caiga en la red, sobre todo por lo evidente de las condiciones adyacentes al riesgo social en la circunstancia del siglo XXI, la sobrepoblación, que nos obliga a mirarnos de otra manera, mucho más sensibles en lo social y en lo humano; incluso nos obliga a mirar y reconocer a los no humanos que también habitan el planeta y que requieren de espacio y de respeto. Papá Goriot, en cambio, nos habla de un mundo sin el mundo de la naturaleza, nos habla de un mundo antropófago, propio del derroche, del que hoy todavía algunos viven, otros lo añoran y otros, simplemente, nos conmovemos ya que está dentro de nuestras actitudes a disciplinar, con todo el dolor goloso e infantil que nos habita.

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