sábado, 13 de enero de 2018

Hablan los Marcianos

                                                                     Javier Acosta Romero 

Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, obliga al lector a asumir una ficción descarada, un artificio sin trucos, donde el lector puede decidir: 'esta crónica sí, esta otra no, esta sí, esta no...' Y desde esa parsimonia el texto hace su propio juego, hasta que uno lo vive y siente como no ficción; se doblega la voluntad del lector a la estructura de ese todo con aseveraciones que no se pueden negar, como lo es que la Tierra ya no es suficiente para el espacio que por salud necesitamos; que los pueblos de la Tierra están en guerra; que la humanidad va en ruta al exterminio sin remedio. Y para argumentarlo (o para burlarse de nosotros), Bradbury hizo uso de un planeta con potencial para ser habitable: Marte, al cual pinta como una extensión exótica de lo absolutamente humano: marcianos con sentimientos y emociones reconocibles en un entorno social típicamente colonialista. ¿A dónde ir entonces? ¿A dónde escapar? Si hay más vida inteligente en otro planeta, la base de esa inteligencia es humanoide, afectiva, emocional, ¿egoísta...? Y si algo parecido al cielo existe en otra parte de la galaxia, es seguro que al descubrirla, los humanos la mudaremos en el infierno necesario para idealizar de nuevo a la belleza como perfección celeste, hasta conseguir otro paraíso, violentarlo y, en la orfandad incesante, de nuevo soñar lo excelso...
            Así las cosas, las digresiones bradburyanas no le dan remedio a la humanidad, más bien confirman nuestra negligencia y descontrol. No aprendemos. Y si rasco un poco en las ideas que esto me produce, lo que encuentro son emociones y sensaciones que puedo describir e identificar en mi experiencia lectora con Crónicas marcianas, porque si el planteamiento evade el plano real, lo hace para dejar al lector apelando a la fábula que las sostiene y, no nos queda de otra, reaccionamos ante los celos y el deseo, reconocibles en Febrero de 1999-Ylla; ante la naturaleza de los recuerdos y la venganza, en Abril de 2000-La tercera expedición; ante la vacuidad del tiempo y el espacio, la amistad, en Agosto de 2002-Encuentro nocturno; ante el racismo, la esclavitud, la noción de libertad y de individuo, en Junio de 2003-Un camino a través del aire; ante la debilidad humana por los afectos, causando con ello actos caóticos, como se muestra en Septiembre de 2005-El marciano; ante la permanente preeminencia del primitivismo a la par del valor que se le da al dinero y a la propiedad, en Noviembre de 2005-Fuera de temporada y; reaccionamos con víscera ante lo contrario, la resistencia que se puede tener frente a la locura y la soledad, al grado de convertirnos en creadores absurdos de artificios placebos, como en Abril de 2026-Los largos años.
            Hay un tratamiento serio en el trasfondo de Crónicas marcianas, pero hay una actitud de desenfado en la manera de armar el relato (su diégesis), lo que propicia que el lector haga uso de las emociones, y que estas crezcan, que surja la indignación o se produzca la confusión; el lector entonces se aleja del libro para filtrar el impacto y ¿pensar? la falta que nos hace dar con una respuesta por demás satisfactoria. Pero no la hay porque, ¿cómo vamos a combatir a la misma humanidad? La humanidad somos todos. A esto le sigue distanciarnos del texto de Bradbury, que realmente compromete al lector en asuntos de interés público; entonces, para evitar tanta responsabilidad, descubrimos la actitud mordaz, irónica por parte del autor, que se convierte abiertamente en el artífice, el mago, el referente natural, concreto, que le devuelve su calidad de objeto a Crónicas marcianas. '¡Ah, qué Bradbury!' Y cerramos el libro con la alegría de volver a la realidad incuestionable donde los marcianos no existen, donde -aparentemente-, nada pasa y no hay necesidad de protestar, porque, '¿cómo combatir a la humanidad?, ¿cómo salir de esta pecera? Nos decidimos del todo a no tomarnos en serio.