Crónicas marcianas, de Ray
Bradbury, obliga al lector a asumir una ficción descarada, un artificio sin
trucos, donde el lector puede decidir: 'esta crónica sí, esta otra no, esta sí,
esta no...' Y desde esa parsimonia el texto hace su propio juego, hasta que uno
lo vive y siente como no ficción; se doblega la voluntad del lector a la
estructura de ese todo con aseveraciones que no se pueden negar, como lo es que
la Tierra ya no es suficiente para el espacio que por salud necesitamos; que
los pueblos de la Tierra están en guerra; que la humanidad va en ruta al
exterminio sin remedio. Y para argumentarlo (o para burlarse de nosotros),
Bradbury hizo uso de un planeta con potencial para ser habitable: Marte, al
cual pinta como una extensión exótica de lo absolutamente humano: marcianos con
sentimientos y emociones reconocibles en un entorno social típicamente
colonialista. ¿A dónde ir entonces? ¿A dónde escapar? Si hay más vida
inteligente en otro planeta, la base de esa inteligencia es humanoide,
afectiva, emocional, ¿egoísta...? Y si algo parecido al cielo existe en otra
parte de la galaxia, es seguro que al descubrirla, los humanos la mudaremos en
el infierno necesario para idealizar de nuevo a la belleza como perfección
celeste, hasta conseguir otro paraíso, violentarlo y, en la orfandad incesante,
de nuevo soñar lo excelso...
Así
las cosas, las digresiones bradburyanas no le dan remedio a la humanidad, más
bien confirman nuestra negligencia y descontrol. No aprendemos. Y si rasco un
poco en las ideas que esto me produce, lo que encuentro son emociones y
sensaciones que puedo describir e identificar en mi experiencia lectora con Crónicas
marcianas, porque si el planteamiento evade el plano real, lo hace para
dejar al lector apelando a la fábula que las sostiene y, no nos queda de otra, reaccionamos ante los celos y el deseo,
reconocibles en Febrero de 1999-Ylla; ante la naturaleza de los
recuerdos y la venganza, en Abril de 2000-La tercera expedición; ante la
vacuidad del tiempo y el espacio, la amistad, en Agosto de 2002-Encuentro
nocturno; ante el racismo, la esclavitud, la noción de libertad y de
individuo, en Junio de 2003-Un camino a través del aire; ante la
debilidad humana por los afectos, causando con ello actos caóticos, como se
muestra en Septiembre de 2005-El marciano; ante la permanente
preeminencia del primitivismo a la par del valor que se le da al dinero y a la
propiedad, en Noviembre de 2005-Fuera de temporada y; reaccionamos con
víscera ante lo contrario, la resistencia que se puede tener frente a la locura
y la soledad, al grado de convertirnos en creadores absurdos de artificios
placebos, como en Abril de 2026-Los largos años.
Hay
un tratamiento serio en el trasfondo de Crónicas marcianas, pero hay una
actitud de desenfado en la manera de armar el relato (su diégesis), lo que
propicia que el lector haga uso de las emociones, y que estas crezcan, que
surja la indignación o se produzca la confusión; el lector entonces se aleja
del libro para filtrar el impacto y ¿pensar? la falta que nos hace dar con una
respuesta por demás satisfactoria. Pero no la hay porque, ¿cómo vamos a
combatir a la misma humanidad? La humanidad somos todos. A esto le sigue
distanciarnos del texto de Bradbury, que realmente compromete al lector en
asuntos de interés público; entonces, para evitar tanta responsabilidad,
descubrimos la actitud mordaz, irónica por parte del autor, que se convierte
abiertamente en el artífice, el mago, el referente natural, concreto, que le
devuelve su calidad de objeto a Crónicas marcianas. '¡Ah, qué Bradbury!'
Y cerramos el libro con la alegría de volver a la realidad incuestionable donde
los marcianos no existen, donde -aparentemente-, nada pasa y no hay necesidad
de protestar, porque, '¿cómo combatir a la humanidad?, ¿cómo salir de esta
pecera? Nos decidimos del todo a no tomarnos en serio.
1 comentario:
Cuando los norteamericanos escriben sobre aliens, extraterrestres, seres de otros mundos (dependiendo de la época en que lo hacen) en realidad hacen una analogía de todos aquellos que les son 'ajenos' al american dream o a su ideología, es decir, los comunistas, los inmigrantes, la gente de color, los homosexuales, etc. Y Marte siempre ha sido repositorio de tales miedos. Ahora Marte (el verdadero planeta rojo) vuelve a ser relevante para la humanidad en términos de que representa la nueva carrera espacial, y en esta ocasión no solo los rusos y norteamericanos están compitiendo sino también los chinos, los hindúes, los japoneses y la agencia espacial europea, lo cual la politiza aún más. Es la nueva pecera que nos servirá para seguir peleando y haciendo guerras -- es decir, para seguir preservando la 'humanidad' como raza, ahora en el espacio.
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