–Tengo
entendido que tú eres la joven Amalia Mitzytlini... y que quieres tu libertad.
Traigo conmigo un breve contrato, pero podemos negociar las cláusulas...
Mitzy
le pide que la espere en el café, a espaldas de la casa, el de “Los buenos
Díaz” Tú ya sabes, creo. Y lo sé, hasta ahora, porque... no todo es importante
para el diablo.
Con
mis zapatos en imitación de algodón y suelas sintéticas, camino hacia el café,
seguro con que la muchacha irá detrás, a una distancia apropiada para poder
estudiarme y convencerse...
Pero
cuando Mitzytlini perdió de vista a tan inesperado galán, lo primero que hizo
fue soltar el picaporte. Rezaba por fin un padre nuestro y no sabía a dónde
llevar sus pies helados, o a dónde huir porque estaba en el lugar donde se
sentía más segura en el mundo.
¿A
dónde escapar? Se pierde en los versos del Padre Nuestro y termina el
estribillo de una canción que le escuchó a su hermano, sin por ello acertar del
todo... Porque se fue, porque murió; porque el Señor se la llevó... Se ha
ido al cielo y, para poder seguir, debo ser muy buena para estar con él, Dios,
amén.
Es
algo más que puros nervios. Tiene la enorme certeza de que el Padre Nuestro
no funcionará. Tiene consigo un jabón de trastes y zacate. Talla la pared del
cuarto hasta desaparecer toda la sangre dispuesta en el diagrama, pero conforme
borra, la herida en su mano vuelve a abrirse...
En
la cafetería de Los buenos Díaz, el recién llegado sorbe su bebida arábiga, una
mezcla de altura con sabor vainilla. Agrego, además, dos sobrecitos de azúcar
mascabada para neutralizar la acidez y exaltar la vainilla...
–¿Otra
cosa, señor?
–Sí,
quiero que...
El
muchacho enfría de golpe el pensamiento... Observa sin querer la hondura de mis
ojos en destellos de fuego. Suda frío.
–Cuánto
lo siento –le digo.
Chupo
mis labios, pongo al descubierto mi lengua viperina y se eleva el efecto nocivo
de mis ojos. El muchacho, sin controlarse, tiembla frío.
–Perdón
en serio –Insisto, de manera que suena más a maldición–. No se me da… ser
cálido cuando alguien, como tú –Toco su frente al señalarlo–, intentas
engañarme.
La
carne del muchacho, sus músculos, su cuerpo, no obedecen la emergencia de salir
huyendo. “El diablo ríe”. Yo, me río. La oleada de los primeros clientes ya
pasó. Se encuentra abandonado.
Me
echo a reír como un dios vencido. Es mi carcajada un bufido que nace de la
matriz del mundo; apestoso, telúrico, espásmico... el aliento de mis fauces
atosiga al joven; quisiera decir que lo corrompo... aunque solamente tiembla.
Su voz tiembla...
–...Son
cin cuen ta pe sos .
–Toma
mil... –Sonrío–. A menos que prefieras cincuenta mil.
El
joven despachador me observa un poco más. Aquellos dedos largos juegan con un
billete de mil, notando sin esfuerzo las más de cinco extensiones de la mano,
asidas al contorno rosáceo del billete...
–¿...Es
un re ga lo ? ? –Reza en su interior un Padre Nuestro, lo sé, vibra en la
cafetería y un poco más allá.
–Imbécil
–le digo con ternura–, regalado no te puedo dar nada.
–Es
tá bi en –Su mueca vislumbra algo de alegría.
Termina
de rezar en su interior y se concentra en cantarle ahora al Espíritu Santo,
igual y como su madre le insistió las veces que lo encontró frotándose en el
trasero de una vecinita, contentos con jugar al papá y a la mamá.
Esos
versos, o el canto en sí, siempre me apaciguan. Y al instante crece el alma del
que reza, hasta tomar confianza para crecer un poco más y asomarse en mis
pupilas. Se ciega con ternura por el resplandor de los valles de la muerte,
donde todo se quema. El tiempo se quema. La espada se quema. Los cuerpos se
queman. Las ideas. Mi memoria. Dios, que tanto queman, se quema, revuelan sus
cenizas, conforma las cosas del presente, que se queman de nuevo para abrazarse
al polvo y vivir en la ceniza... Una buena idea de la eternidad.
“Lo
que algún día nos dio amor o un poco de alegría, nunca vuelve –El muchacho me
escucha en su pensamiento–. “Y si nos dio todo el amor y toda alegría, tampoco
vuelve”.
Eso
son mis ojos, los valles de donde nada vuelve. Poco o todo, mueren las cosas,
mi resplandor, el miedo en la piel tras el mostrador de tan limpia cafetería.
Son mis ojos la ventana a un mundo que se gobierna solo. Jamás me necesita.
–...Es
tá bien, a mi go –dice quedo–. Es tá bien. Es gra tis pa ra us ted.
*
Mitzy sabe que la pequeña
hemorragia no va a detenerse. La cita en el café de “Los buenos Díaz” se vuelve
inevitable; todo lo que toca lo embarra con la sangre de la herida abierta: su
ropa, las sábanas, el celular... donde marca un número e igual ensucia su
pequeña pantalla sin alcanzar a ver al que llama. Confía todo a su memoria.
–¿Oldas?
Por favor, tienes que ayudarme.
–Mitzytlini,
¿qué te pasa? –Afortunadamente es la voz de Oldas.
–Recordé
tu historia de los exámenes que pasaste sin estudiar... Creo que acabo de hacer
una estupidez pero sé que puedes ayudarme...
–Mitzy...
Dulce Mitzy...
–Oldas
–Era su voz pero... aquel tono–. Oldas, amigo, ¿eres tú?
–Habla
el dueño de Oldair –le digo.
–¿...Qué?
–Ya
sabes quién soy, aunque no sólo me gusta ser el diablo, también me gusta ser el
espantoso, el babilonio, el dragón, el cabra, el calumniador, el tentador, el
fiscal, el pentasexuado, el
hermoso-horrible... El amo de Oldair... el mismo Oldair ocupado por mi ser... y
tú, Mitzy, también, próximamente, ya que escuché un “sí” escasamente inteligible...
¿Lo recuerdas?
Cuando
terminé de presentarme, el cuerpo de Mitzytlini (todavía dueño de su voluntad)
ya se había decidido a reaccionar con esa sensación de frío en exceso, donde no
solamente se hiela el cuerpo sino también el corazón y las ideas. Se espantó.
La cortada continuó su cauce carmesí para humedecer todo el entorno hasta
vaciarse el corazón de la muchacha.
2
Se puede decir que se aparece el
diablo. O creer que se aparece el diablo…
Repito.
Se aparece el diablo, uno lo cree y lo puede platicar… O no creerlo. De todos
modos ocurre: se aparece el diablo. Incluso, se puede juntar la comunidad para
tratar el asunto de las apariciones continuas del diablo ya que su fama empieza
a llamar la atención de los atrevidos que lo buscan y de los despistados que lo
encuentran... Oldair lo vivió, Mitzy también, y son de los casos menos sonados.
Los otros… casos. Esos, todos los días se repiten. Como el caso del viejo
Gonzaga, quien se cita siempre al pie del mismo árbol, en la esquina de la
calle que lo vio nacer en las primeras décadas del siglo pasado... Nada ha
cambiado y, según dicen, nada cambiará a pesar de los grandes comercios que lo
asfixian de a poco, pero nunca la esquina donde Gonzaga ocupa su sillón para
pasar las noches bajo la frágil luz de esta calle.
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El Diablo Ensaya 2 (Fragmento) Autor: Javier Acosta - 2020 |