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De varias historias que tiene
sobre el Diablo, mantiene dos en su escritorio. La historia del muchacho que da
muerte a su madre a cambio de tener como pareja a la mujer más hermosa del momento…
Ya no puede terminar con que el diablo se presenta ante el firmante,
transcurridas varias décadas, solamente para llevarse su alma; el mismo Diablo
decidió alargar el pacto al ofrecerle al joven matricida, asesinar ahora a la
esposa, con la promesa que él y sus hijos tendrían una vida de poder y
privilegios, como la inmortalidad. Claro, el uxoricidio no es un tema
cualquiera, a eso solamente se podría atrever el Diablo, no alguien que procura
estar al tanto del bienestar de sus vástagos. Quizá en las publicaciones
amarillistas se puedan encontrar algunos uxoricidios, creíbles por tratarse de hechos
perdidos entre las vilezas más comunes que se cometen con absoluto albedrío en contra
de la integridad y dignidad de la mujer. Como sea, a la humanidad le cuesta
menos trabajo el uxoricidio que el mariticidio, del que incluso se destaca desde
la mitología el caso Clitemnestra: una de las más bellas mujeres asesina en el
baño a uno de los militares peor portados aunque siempre victorioso, Agamenón. ¿Qué
falta entonces? ¿Trasladarlo a un viudo con hijos nos haría pensar en la
ausencia de la madre de esos niños por mariticidio??? ¿Merecía, Eugenia Linares,
que el bruto ese la tomara por el cuello para que no pudiera decir palabra mientras
era arrastrada hasta el patio donde finalmente desmayó? Nunca supo que el
hombre ese, la siguió arrastrando por obedecer el dictado de una voz que él
llamaba santa, sin temor a que los perros ladraran o a que los trasnochados los
vieran. Sin cansancio, subió por la pendiente del bosque más cercano, concentrado
en simplemente terminar con ella.
–¡Te
la entrego, señor! –O algo así dijo, cuando por fin no daba con camino alguno. En
la memoria no registra los detalles; que un trasnochado hizo lo posible por detenerlo;
que el bruto este lo molió con la misma hacha con que fue interrumpido; que el
alboroto atrajo a más curiosos y a varios perros; que la turba no se atrevió a
apedrearlo ni a colgarlo ni a prenderle fuego; él mismo fue a entregarse a la cárcel
municipal, donde tuvieron que despertar a gritos al carcelero. ¡Oh, malditas
noticias! ¿Esto quién lo va a creer? Sin duda, me gusta mi trabajo.
El
milagro del diablo comenzó a tomar sentido; en la casa de Eugenia Linares, ya
sin ella, dormía el marido abrazado a un saco lleno de monedas de oro. Los
brazos del hombre no tenían rasguños, y al marcharse por la mañana, con sus
tres hijos, la noticia de la mujer que un leñador ebrio descuartizó con filo, empezaba
a transmitirse a las poblaciones circundantes. Más fortuna esperaba al viudo en
la ciudad más próxima, para saltar después a la capital y hartarse de valores.
Mmmm ¿Por qué no saltar al mundo y conquistarlo? Era evidente; eso hubiera
dejado al viudo completamente solo. Y si algo amaba el diablo de ese hombre,
era el amor que sentía por sus hijos... Tan parecidos a la mujer que los parió,
aunque ninguno de ellos tuviera su mirada.
El
Diablo se estira. Se estira otro poco. Truena con delicia las vértebras de su
espalda. Hace a un lado el documento y aspirar el escaso aire de la cueva, sólo
iluminado por la llama blanca de una veladora que le dedicó a la flor más
hermosa del momento.
*
Ahora ¿Quién falta en la
historia de la muchachita Mitzytlini? Hemos visto a la mamá, pero no al papá,
que frente al cadáver tan lavado y recién zurcido, luego de la autopsia, no
tenía en su cabeza más que la masa de culpabilidad que se le acumuló al
trasladarse del trabajo a la morgue, lapso en que encontró, en la extraña
película de su vida, el momento del error: cuando conoció a su esposa... Así
que maldice ese día porque entonces Mitzy no hubiera existido y no hubiera
sufrido como se especuló en detalle a lo largo de la autopsia. Ni siquiera se atreve
a llegar a casa, donde un vecino ya le ha avisado que las cosas van bien con la
limpieza de la entrada y parte de la banqueta… ¡Que en general están limpiando
todo!
Reaccionan
al dolor sin entenderlo. ¿Qué más da? La muerte arranca los nervios, las
lágrimas, el hambre. No hay peor cosa que sentir al que no está. ¿En qué
estaba? Sí… ¿Cómo fue que cayó en garras de su esposa? Cómo fue que dio ese
paso afuera del vagón, en una estación de metro tan lejos de su casa, sólo por
seguir acompañando a su amiga que esa tarde le permitió tocara sus enormes
pechos, besara sus jugosos labios y sintiera en los oídos los suspiros que hasta
al diablo le hincha las venas más inesperadas…
Pero
tanta carne, con la usura, se convierte en una intrincada y gruesa enredadera, una
maleza inexpugnable, sellada con la muerte de la hija, que impide explorar y descubrir
las ruinas, con el cuerpo que no sabe de deseos, que se hunde en la maleza.
El
diablo toca con las manos la frialdad de un brote, igual a la cabeza del papá
de Mitzytlini. Puede aplastarlo, puede patearlo, puede escupirle y que el
hombre crea que esa lluvia son las lágrimas que nunca aparecerán en sus
mejillas.
Tampoco
le interesa las lágrimas de otros, ni las voces que lo llaman a la calma de la
resignación. Ni en cuenta que camina. Si algo respira es la idea de venganza. Que
la vida extinta cobre un significado más allá de las esquelas y de los avisos
que dejó colgados en la funeraria... Se sabe una planta, de la que brotan verdes
patas y garras, hambre y colmillos de origen vegetal, más evidentes si pudiera
estar desnudo, desposeído o indefenso. Siempre es encantador entrarme en la
carne y la psique de un cuerpo humano confundido.
Daba
lo mismo estar en la morgue que en la funeraria, reconocer el cuerpo o cremarlo
por la tarde del siguiente día. Toda esa espera fue un acto banal. Igual los
abrazos, el consuelo. Nada agregaron, eran los de siempre, el sentimiento de
quien vio a Mitzytlini a ratos y no en la intimidad de los recuerdos, en las
cosas que sí significaron y que, de alguna manera, escribían su final... ¿Qué
cree mi esposa que ocurrirá cuando regresemos a nuestra cama? Si la abrazo, sabrá
que estoy ahí hecho un bulto flácido, escondido. La voluntad la guardo. Estoy a
punto de girar la perilla de la puerta y entrar.
Una
voz de muchacho… El otro.
Qué
caray.
Deja
la puerta y sigue la sombra que le llama. Es fácil seguir una sombra y no responder
a la conciencia de lo que sí pasa. Se vuelve esa sombra un compañero y se
deslizan juntos hasta la tercera entrada. Abren la puerta, puede sentirse el
calor de una hoya dejada en el hervor.
–¡Holaaa!
–Quién sabe qué respuesta esperaba.
En
la recámara del fondo, una mujer responde.
–Estoy
aquí, los niños ya están dormidos.
Los
niños. Grata ensoñación. Los tiempos de cuando todavía eran dos.
–Y
¿Acabaron su tarea?
–Según
ellos, sí –La mujer responde, como si realmente estuviera a la espera del vecino.
Vaya
sorpresa la suya cuando los descubrió.
La
sombra la retuvo en el momento en que ella huía en busca de los niños.
¿Qué
clase de golpes habría esta vez?
La
sombra intuye el nerviosismo, tiene una conciencia peculiar, transmite
simplemente que en esta ocasión no la someterá como acostumbra, ni le haría
sentir el miembro aquel, expandiéndose en su interior como una bomba que punza para
quemarla en cada habitación de la consciencia.
Esta
vez, te traigo un regalo. Los presenta. Ella no está dispuesta a obedecer,
lista a desprenderse de la brutalidad o de la ternura estúpida del hombre que
perdió a su hija.
–Parece
que no te oye.
Está
en un sueño. Sus ojos te miran con descaro. Devora tu figura. Tu cabellera. Tus
ojos con el odio que me odia (Falto de lengua y de boca, qué puedo chuparme) ¡Los
dejo solos, que no aprecio los modos que surgen de los tríos!
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El Diablo ensaya... 6 (Fragmento. Javier Acosta Romero. 2021) |