domingo, 22 de mayo de 2016

Shakespeare Diluido

Presencié la puesta en escena del texto Enrique IV (primera parte), allá en el aún teatro Julio Castillo. Estaba ahí mientras la puesta me hacía pensar que el teatro no está obligado a ser siempre arte, o que todo sea arte (como lo es el texto de Shakespeare en el que se basa la puesta). Igualmente, actuar no es un arte, es una profesión que puede llegar a tener momentos altamente artísticos. Pero, ¿lo intentan en Enrique IV-1? No, no lo creo.
    La Compañía Nacional de Teatro no sólo produce arte, promueve el teatro, hace teatro y en esta ocasión eligió el planteamientos escénicos del director Hugo Arrevillaga, quien le proporciona al texto de Shakespeare, un puñado de actores a los que, a su vez, les proporciona un puñado de utilería y vestuario y... una serie de obstáculos y quehaceres que los circunscribe a una manera de decir sus parlamentos... Dando la sensación que el actor goza de libertad (por encima del texto), al grado que uno como espectador ya no sabe a dónde mirar, en un escenario que es realmente pequeño; no es un campo de futbol... es el Julio Castillo... tratado como salón de ensayos...
    ¿Atractivo? Los espectadores escuchan un texto al que se le propone una corporalidad que no logra la creación de personajes ya que la mayoría (el actor que emite al rey, por ejemplo) hace otro carácter, completamente alejado del rey pero reconocible como actor... Y emite en escena no solamente el texto sino otros sonidos y movimientos que acompañan los otros sonidos y movimientos extras de sus compañeros actores... ¿No es eso hacerle al teatro? 
     En los primeros minutos, esta puesta en escena se convierte en espectáculo. En Enrique IV-1 lo que resalta es el juego actoral, por encima del texto, con técnicas que no requieren de un teatro sino de una plaza, al estilo del teatro callejero, que es como (efectivamente) se concibió en su estreno en 2012 en el Zócalo (donde no estuve). Qué tanto es Shakespeare si los actores le ganan el mandado, la emisión es burda, atonal, alejada del valor artístico de Shakespeare.
    Esto a los jóvenes espectadores les gustó; hasta aplaudieron de pie... porque los actores fueron chistosos... ocurrentes... entretenidos. Pero es un error mantener el título de la obra de Shakespeare. Sería un acierto preparar al espectador para la revuelta de actores permitida, atomizada, festejada; a los que les queda chico el escenario del Teatro Julio Castillo. Y qué bueno pero, avisen. Vendrían más jóvenes y no sólo los estudiantes de teatro.
    Ni como teatro escolar cumple; la historia de Enrique IV-1 fue clara pero el tema o un tema... No. Aunque recuerdo un momento y sólo porque el juego actoral planteaba que la emisión del texto fuera dirigida a los espectadores como interlocutores directos: el actor emitía a Falstaff sobre lo absurdo de perder la vida en una guerra, pero habrá durado cinco minutos; el espectáculo completo dura más de dos horas.
    Lo que este Enrique IV-1 deja ver es algo demasiado simple como para recomendarlo. Ir al teatro en la Ciudad de México requiere para el espectador destinar una gran cantidad de tiempo como para que en el escenario no encuentre la densidad en los caracteres y la riqueza en atmósferas evocadoras, propias de Shakespeare.

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