La
dirección de González Mello sobre el Hamlet shakesperiano se muestra
encaminada a lograr un efecto de conjunto (espectacular) en los momentos que se
lo permite la anécdota de la historia clásica del joven hijo que de hablador
tiene mucho pero que reboza en acciones desatinadas... Me quedo con los
momentos de conjunto: como la primera aparición del fantasma, o la muerte del
carácter-Polonio, o el monólogo de contrición que realiza el carácter del rey
Claudio, o el cuadro de la presentación que hace Hamlet junto con los
caracteres-actores que están de paso en la historia (dura más que los otros
momentos), o la presentación del cuerpo del carácter-Ofelia, o el
enfrentamiento con floretes, al final del espectáculo... Son cuatro horas de
trabajo actoral, cuatro horas de producción con las cuales el espectador se
agota porque el espectáculo también se va agotando... cae (empieza en la parte
alta del foro), y cae (bajamos), cae -literal-, hasta que percibimos el mundo
desde una especie de abajo, una cripta... donde se agota el texto de
Shakespeare, las actuaciones y los aplausos.
Si algo atrae en el Hamlet
dirigido por Flavio González Mello, es la escenografía y la iluminación, la atmósfera
(con algunos momentos de caracterización, los más valiosos fueron del carácter-Rey
Claudio) Y varios contrapuntos… como la voz del actor Emilio Guerrero que se
encuentra en un tono distante al del resto, gracias a lo cual, cuando muere se
nota su ausencia... Otro contrapunto, las espadas que, como la voz aludida, parecen
fuera de lugar con ese vestuario (los floretes sí quedan; pero en la escena de
contrición, ahí, la espada concentra un poder devastador, proporcional a la
venganza del carácter-Hamlet, cosa que para un florete sería imposible de significar)...
Los arrebatos (copiosos) del carácter-Hamlet, que quedarían muy bien en
muchachos de 16 o 17 años pero no en un hombre del que sólo se puede sospechar
alguna especie de histeria y no la melancolía del carácter original; sin embargo,
esta disociación nos permite observar el acercamiento crítico (y no vivencial) que
se hace al carácter shakesperiano original. Todo esto forma (muy a su pesar,
supongo) la historia del Hamlet shakesperiano... donde lo trágico... que
es (al parecer) el dilema en la propuesta actoral... queda en la incertidumbre.
El
montaje de González Mello parece decir: “Ya no hay tragedia en Hamlet,
sólo hay muerte”... “No hay un mito vivo, está muerto”. La tragedia,
entonces..., atrincherada en el dispositivo escénico, en la revisión actoral
que tiene como base situaciones de la fábula conocida (donde participan con más
peso los carácter de dos enterradores), propician, en primer lugar, (sin
querer, insisto) el armado de la historia original. Enorme esfuerzo de
producción que pone en claro el agotamiento mismo de la fábula... por abordarla
desde la formalidad de su historia... (Müller lo hizo desde la idea).
González Mello protege en lo posible la trama original, sus caracteres, las
situaciones, y con ello (intencional o no) dejó en la atmósfera lo que desde mi
punto de vista puede considerarse una sensación trágica, contemporánea-mexicana...
El síntoma del cansancio, del aburrimiento, de la inercia cultural en la cual
los espectadores estamos cómodos (rasgo importante de este espectáculo), nos
dejamos conducir como mansos corderos, aunque sea para darle tiempo a los
cambios escenográficos que tanto necesita este Hamlet. ¿Qué tan muertos
estaremos, espectadores, que en la impronta de esta atmósfera mortecina,
nuestro cerebro dejó de percibir el olor de un cadáver?
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