(Ilustración: Portada del libro Unicornio. Amazon. 2020) |
–Variación creativa sobre el cuento Los unicornios, de Julio Torri–
Javier Acosta Romero
usygly@gmail.com
Para calibrar el juego de EL NUEVO DILUVIO, lo primero que se nos pide es especificar las cualidades de Noé: Inteligente; más sensible que inteligente; muy sensible o; francamente irresponsable.
Lo segundo que pide es, especificar el papel del creador. Es decir, si Dios va a estar guiando a Noé de manera mistérica o solamente se quedará en lo tradicional de decirle el día del diluvio y manifestándose en las magnitudes mismas del fenómeno, con truenos, maremotos, tormentas y huracanes que incluyen relámpagos.
Elijo un Noé francamente irresponsable; le agrego unos lentes oscuros que ocultan en algo la resaca que se le ha complicado en los últimos meses.
Selecciono que Dios sea mistérico, porque quiero ver cómo se las arregla con un franco irresponsable para cumplir de todas maneras con sus designios.
Objetivo del juego: buscar en las diferentes regiones del planeta a los animales míticos más extraordinarios: sirenas, grifos, dragones y, los más buscados, los unicornios. Porque nadie se quedará afuera del Arca de Noé, ni los animales tangibles ni los intangibles.
El juego empieza.
Vamos por los más valioso, los unicornios.
Noé cumple con su papel estúpido al usar de cebo a una de sus hijas. Pero Dios, magnífico como es, sensibiliza el olfato del unicornio para que esa hija le sea absolutamente irresistible, sin importar su apariencia.
Y así es, el muy menso cae en la trampa.
No fue difícil. Ni siquiera complicado.
Instruyo a Noé para que salga a buscar a los dragones más feroces en las estepas chinas; Noe cumple con su perfil de franco irresponsable y dirige sus pasos hacia los desiertos de Arabia pero, Dios, atento siempre, y misericordioso con los suyos, infunde en Noé un irresistible antojo de carne de dragón que lo guía de manera prodigiosa y sin contratiempos hacia los dragones más feroces, que son también los más apetitosos.
No lo puedo creer pero esa solución me lleva a observar con atención el mapa del arca, los enormes refrigeradores que no había advertido en la versión tradicional.
Nada especifica que los animales deban ser guardados –vivos– en el arca.
* * *
Los unicornios, de Julio Torri.
Creer que todas las especies animales sobrevivieron al diluvio es una tesis que ningún naturalista serio sostiene ya. Muchas perecieron; la de los unicornios entre otras. Poseían un hermoso cuerno de marfil en la frente y se humillaban ante las doncellas.
Ahora bien, en el arca, triste es decirlo, no había una sola doncella. Las mujeres de Noé y de sus tres hijos estaban lejos de serlo. Así que el arca no debió de seducir grandemente al unicornio.
Además Noé no era un genio, y como tal, limitado y lleno de prejuicios. En lo mínimo se desveló por hacer llevadera la estancia de una especie elegante. Hay que imaginárnoslo como fue realmente: como un hombre de negocios de nuestros días: enérgico, grosero, con excelentes cualidades de carácter en detrimento de la sensibilidad y la inteligencia. ¿Qué significaban para él los unicornios?, ¿qué valen a los ojos del gerente de una factoría yanqui los amores de un poeta vagabundo? No poseía siquiera el patriarca esa curiosidad científica pura que sustituye a veces al sentido de la belleza.
Y el arca era bastante pequeña y encerraba un número crecidísimo de animales limpios e inmundos. El mal olor fue intolerable. Con su silencio a este respecto el Génesis revela una delicadeza que no se prodiga por cierto en otros pasajes del Pentateuco.
Los unicornios, antes que consentir en una turbia promiscuidad indispensable a la perpetuación de su especie, optaron por morir. Al igual que las sirenas, los grifos, y una variedad de dragones de cuya existencia nos conserva irrecusable testimonio la cerámica china, se negaron a entrar en el arca. Con gallardía prefirieron extinguirse. Sin aspavientos perecieron noblemente. Consagrémosles un minuto de silencio, ya que los modernos de nada respetable disponemos fuera de nuestro silencio.
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