Coincidió
que dos puestas en escena (de ambiente transgénero y abuso sexual) convivieran
en el Centro Cultural del Bosque, así que aprovecho para hablar de ambas y
procurar en ello evidenciar sus contrastes. De un lado está un texto dramático
sólido, que de modo general no cuenta con la producción que las mismas
situaciones plantean, es el caso de Translúcid@, de Elena Guiochins, en
la Sala Xavier Villaurrutia. Obra con la cual quedé azorado, más por la
producción que por los momentos transfóbicos. Es innegable el abuso de la
multicaracterización a la que se someten los actores, obligando al
espectador a hacer un gran esfuerzo para seguir el hilo de las situaciones, en
las que recuerdo cuatro casos transgénero (no estoy seguro) que se relacionan
como un grupo en defensa del reconocimiento de su identidad (o algo así),
siempre en conflicto cuando en las situaciones presentan algún personaje que
niega esa atracción por lo transgénero o niega respeto a lo transgénero. Tensiones
que llegarían al espectador (vía el discurso, los caracteres y la atmósfera...)
pero, la pobreza de la escena es tal que, al contrario, uno se siente vacío,
timado, estafado... y socialmente en deuda con un mensaje en el que valdría
invertir a favor de la igualdad de derechos y de la tolerancia, porque el
mensaje llega a nosotros con frialdad, con insuficiencia espectacular, sin
intención de que el espectador se sienta en una experiencia de entretenimiento,
desde donde podría acoger el mensaje no sólo con gusto, sino con ganas de
divulgarlo y recomendarlo.
Es
lamentable que destaque la carencia económica en un espacio donde el INBA
debería apostar para que la dramaturgia nacional se lleve siempre un
sobresaliente por ser un activo cultural que debe cuidar y procurar. Qué
lástima también por los actores (su esfuerzo y talento no merecen esto). El
INBA olvida que cualquier compromiso que el teatro establece con la sociedad,
debe sellarse con suficiencia semántica... con exuberancia didáctica en este
caso, o con lujo melodramático, o con belleza tragicómica. Si se emite un
discurso de tolerancia y convivencia con lo transgénero, no hay razón alguna
para estar en desacuerdo, al contrario, es una obviedad para el público
teatral. No creo que pase lo mismo con la audiencia televisiva... ¿Por qué
entonces castigarnos con esta pobreza de espectáculo?
Del
otro lado (atravesando el pequeño estacionamiento del CCB) está La Sala (del CCB), ahí se presenta un texto que
denota rompimientos seguros con la forma sólida de la escritura... Es el caso
de Handel, de Diego Álvarez Robledo; puesta en escena cuyo desinterés
por el tema le da fuerza a los ambientes de sus situaciones... lo que resulta
en efectos muy curiosos ya que las actuaciones se destacan, el trabajo de
dirección se destaca, la propuesta escénica se convierte en una caja de la cual
los espectadores nos sentimos parte... Pero no hay tema, no hay una resultante
interpretativa... Y sin contrapeso ético, respeta simplemente el material de la
fábula con el cual se promueve: el fenómeno global de la esclavitud sexual.
Handel
hace
uso de las técnicas del entretenimiento masivo más popular, el cual evita la
interpretación, sólo es lo que deja ver de sí: (en el caso de eventos masivos:
concursos, partidos de futbol) imágenes, situaciones, resoluciones teatrales
que dan continuidad a la trama al intercalar a diestra y siniestra tres
historias (al menos): la de un brasileño, la de una polaca y la de un pedófilo
mexicano, y lo hace de la manera que más le conviene al efecto visual (la
belleza del instante, sea este sublime o grotesco) por medio del uso de la
prehistoria, porque el espectador nuca tiene un conocimiento certero sobre los
personajes, ya que de una situación a otra el personaje dice algo nuevo de su
biografía. Con lo cual se le cierra la puerta de la interpretación al
espectador, al que se le da un papel más pasivo, equivalente al del
entretenimiento masivo-popular, donde no tiene sentido interpretar
absolutamente nada porque lo que nos apabulla es el efecto mismo de la novedad
de la secuencia. En Handel esa secuencia contiene: una ejecución, la
muerte de un ser querido, violencia en la pareja, tortura, abuso de poder, pedofilia,
esclavitud sexual... Amarillismo, pues, que invita a contemplar algunos padecimientos
que seguramente ocurren en la realidad mientras transcurre la puesta en escena.
Y, claro, no serían historias amarillistas sin un toque de
muerte-sexo-violencia-dinero-abuso: la mujer polaca (esclava sexual) se
convierte en asesina, el pedófilo adinerado (enfermo terminal) se ahorca en
instalaciones públicas, el brasileño (con broncas transgénero) es ejecutado por
la mafia mexicana...
Terminados
esos golpes, lógicamente los espectadores quedamos pasmados, unos aplauden las
caracterizaciones; personalmente gocé mucho con La Reina, su gesto frío, su
sabiduría infantil, su belleza asesina... ¡Bua!, sólo aparece una vez, por
cinco minutos, lo demás, conforme se presentaba, lo fui desechando (por salud
mental) y entiendo entonces el apoyo que reciben de la Fundación Bancomer pero
no de la fundación NoTireslaToalla. Tampoco dudo que Handel encontrará a
su público ya que el morbo es una debilidad humana y, además, su propuesta no
le da una vuelta de tuerca al asunto (Como sí lo hace Translúcid@,
pobremente pero lo hace). Así que el espectador de Handel puede darle
vuelo a su lado perverso o (si no le entra a la propuesta) sufrir, como muchos
televidentes de perfil conservador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario